Bailadores y Páramo la negra
El pueblo de Bailadores fue fundado en 1578. Su nombre se lo debe a los movimientos que realizaban los indígenas que habitaban el lugar, durante los combates con los conquistadores, los cuales simulaban un baile. Está situado en una de las áreas más fértiles del estado, lo cual se evidencia con la intensa actividad agrícola de la zona, donde se produce papas, granos, champiñones y mucho más.
Foto cortesía de Marimilce Bizot
El pueblo cuenta con una hermosa arquitectura, una bella plaza y unos parajes espectaculares. Rodeado por unos atractivos naturales que bien valen el viaje cuando uno se encuentra en Mérida.
La Plaza Bolívar está llena de bellas flores, frondosos árboles y una linda iglesia, la cual cuenta con numerosos feligreses y muy consecuentes. Esta iglesia tiene hermosos vitrales y preciosos frescos en el techo.
El trayecto de Bailadores al Páramo de la Negra tiene vistas extraordinarias. Paisajes imponentes que realmente enamoran.
Dentro de los atractivos de la zona está el parque Carú, en el cual se puede pasar un rato ameno en contacto con la naturaleza, siendo su atractivo principal su imponente cascada en torno a la cual se erigió una hermosa leyenda indígena plasmada por la pluma de Antonio Pérez-Esclarin.
Parque Carú
La India Carú
Aquella mañana, los corazones de los indios bailadores saltaban de alegría. La princesa Carú, la hija del cacique Toquisai, iba a casarse con el hijo del cacique de los mocotíes, un joven muy apuesto y valiente guerrero. Ya se acercaba la hora anhelaba. El banquete ya estaba listo y el alma de Carú palpitaba de nervios y canciones.
De pronto, los centinelas que goteaban el horizonte desde los picahos más altos, anunciaron alarma y peligro. Venían unos seres extraños que avanzaban quebrando los soles con sus pechos de hierro y montados en unas bestias enormes.
Los indios Bailadores se prepararon para el combate. Juan Rodríguez Suárez también alistó a sus hombres.
Fuego, hierro y caballos abrieron un torrente de sangre en el valor de los Bailadores que sólo contaban con sus macanas y flechas.
El monte se fue llenando de cadáveres.
El novio de Carú estaba entre los que encontraron la muerte en el combate. Un dolor insoportable rompió el alma de Carú. No podía ser verdadera tanta desgracia.
El dios de la vida que moraba en la cumbre de la montaña, le devolvería a su amado, para recorrer junto a él ese largo camino de felicidad que había sido violentamente cortado.
Con una increíble fortaleza que brotaba de su amor, Carú cargó el cadáver cerro arriba. Llego con él a la cumbre, donde moraba la divinidad, para rogarle que le devolviera la vida. Al tercer día, le fallaron por completo las fuerzas. No pudo proseguir más. Abrazada al cuerpo de su amado, quedó muerta.
El dios de la montaña recogió sus lagrimas y las arrojo al espacio para que su pueblo y todos los habitaran después estas tierras, conocieran y recordaran la suerte de Carú.
Y allí está la bellísima cascada de Bailadores, lágrimas eternas de Carú, sollozo inagotable del corazón indígena.
(Antonio Pérez-Esclarin, Leyendas tradicionales venezolanas.)
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